jueves, 16 de abril de 2015

Rémi Brague haciendo amigos

Le preguntan por otras religiones:
No tengo estima por la creencia como tal. Detesto ese hábito que se ha adquirido de considerar el acto de creer como si albergase un valor en sí mismo, independientemente de su contenido. Desconfío de quienes pretenden descubrir vínculos entre «creyentes», incluso asociarlos, sin preguntar en qué creen. Al fin y al cabo, ¡se puede «creer» en platillos volantes! Había nazis sinceros y leninistas convencidos. (...) A mi juicio, una creencia vale tanto como su objeto, ni más ni menos (40).
Y esto a la pregunta de «por qué seguimos siendo cristianos»:
Hablar de la herencia cristiana de Europa me molesta. Aún más de la «civilización cristiana». Esa civilización fue fundada por gente poco o nada preocupada por la civilización cristiana. Lo que le interesaba era Cristo y las repercusiones de su venida en la existencia humana en su conjunto. Los cristianos creían en Cristo, no en el cristianismo en sí mismo, eran cristianos, no «cristianistas».
Ha costado siglos traducir el hecho cristiano a las instituciones. Pensemos en el tiempo que llevó a la Iglesia imponer, contra hábitos inveterados, que el consentimiento de los prometidos fuera la única condición indispensable del matrimonio. El famoso matrimonio monógamo que ahora llamamos «tradicional» es, de hecho, una novedad duramente ganada. [pone el ejemplo del matrimonio por amor de los padres de san Juan de la Cruz]
¿Quién podrá decir que el cristianismo ha tenido tiempo de traducir en instituciones todo su contenido? Tengo más bien la impresión de que aún estamos en el inicio del cristianismo (42).

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